En León lo sabemos bien
(algunos): La mayoría prefiere que piensen otros y así hay más tiempo para
ocuparse de lo que verdaderamente importa, el vecino (ese que elige al
alcalde). Llevamos más de treinta años encerrados en una autonomía creada por y
para los intereses de una oligarquía con unos planes muy concretos: comerle la
merienda a los de al lado. Una autonomía que se salta a la torera la historia y
el sentir de los pueblos y las regiones que la conforman, pero que funciona.
¡Vaya si funciona para algunos!
Pero no vengo (hoy) a hablar de
esto de la autonomía. Solo quería poner como ejemplo que muchas de las víctimas
de la transición ejemplar y ejemplarizante han preferido que piensen otros, y
por ello tenemos en León a un alcalde que más que en su ciudad, prefiere pensar
en Valladolid, donde están sus amigos de la Junta y en una idea nacionalista y
neo-romántica que se llama Castilla y León y que precisa de una Fundación para
crear un sentimiento regional a lo austro-húngaro o a lo checoslovaco y de un sello
impuesto con desfachatez y soberbia para que todo, desde el Moncayo hasta o
Cebreiro tenga exactamente el mismo sabor.
¿Y tiene Antonio Silván la culpa
de algo? Seguramente de muchas cosas sí, pero de que un alto porcentaje de
leoneses hayan decidido llenarle las urnas de trocitos de sus sueños y de la
vida de los suyos para que él en el recreo los reparta entre Juan Vicente,
Bertín o Mariano, no. La culpa la tienen ellos, esos leoneses que le votan y
después, en el bar de la esquina, dicen que Valladolid nos roba. No, Valladolid
no roba a nadie. Valladolid tiene a otros caraduras sentados en sillones bien
altos y estos caraduras envían a sus amigos a pedir el aguinaldo a (en este
caso) León. Y entonces la gente dice: “si total, ¿qué más da unos que otros?”,
le dan ese aguinaldo, y así nos sigue yendo. Y así nos va en León.
Pero insisto, no quiero hablar del
complejo e infausto drama de León. Solo quiero usarlo de ejemplo. De cómo
repetir frases que otros dicen es más sencillo que elaborarlas. De cómo no
utilizar ni cinco minutos para enterarse de qué pretenden realmente los que
quieren gobernar da derecho a participar en el juego y de cómo repetir como un
lorito lo que dicen en los medios, tiene, a la hora de la verdad, el mismo
valor que haberse informado, estar actualizado o haber utilizado tiempo para
preocuparse en cómo funciona todo esto.
Hay gente (mucha) que no tiene ni
la más remota idea de qué es lo que mete en la urna y de cuál es el engranaje y
el funcionamiento de la maquinaria. Y esa gente también decide. Y opina. Y
difama. Recuerdo que en el instituto estudiábamos el Tribunal Constitucional y
el número de artículos de la Constitución. Que el rey era el Jefe del Estado y
que en los setenta empezó la democracia y se legalizó el Partido Comunista.
Todo eso, y más cosas, estaba en el libro de historia, al final, en una especie
de tema-anexo muy colorido lleno de dibujos de niños y niñas con caras
sonrientes que decían en bocadillos de cómic cosas como “esta es nuestra
bandera”. Y recuerdo ir a Madrid y reconocer el Tribunal Constitucional por la
foto que salía en esas páginas. ¿Por qué todo lo demás, lo importante, lo
determinante, lo tuve que aprender por mi cuenta?
Dejad hablar a la mayoría silenciosa
¿Pero realmente son mayoría los que prefieren que piensen otros? ¿Son tantos y tan determinantes? Ahora llegaron las elecciones y
un 33% ha votado por que sí a un señor que considera con muy buen criterio que
un plato es un plato y un vaso es un vaso. Apostaría que la mayor parte de ese
33% no ha votado a unos representantes que eligen a ese señor. No, han votado a
ese señor. Porque así funciona ¿no? ¡Ah! Y sin olvidarnos de otro porcentaje
dentro del porcentaje que ha votado a estos porque son los buenos (los malos,
ya lo dijo Mariano en su discurso, eran esos que tiraron bengalas (no olvidemos
que eran unos pocos descerebrados de extrema derecha, a ver si nos vamos luego
a equivocar de malos)).
Un 33% de los votantes han optado
por ese señor, por esos que son los buenos o bien han elegido esa opción con
unos criterios y por unos motivos. Son estos terceros los que me preocupan,
aunque considero que son los menos. Si en vez de calcular el porcentaje sobre
los votantes, lo calculamos sobre la gente que estaba llamada a votar, el
porcentaje cambia considerablemente, y el Partido Popular ha sido elegido por
aproximadamente el 22% de los electores. Eso significa que el 78% de los
españoles no han elegido ni al señor ese que se emociona en los campos de
alcachofas, ni a los buenos, ni tampoco han elegido la opción con criterios y
motivos. Es más, podemos concluir que buena parte de ese 78% no solo no les ha
elegido sino que no tiene la más mínima simpatía. Por ello dentro del PSOE y de
C’s hay tanto miedo a apoyar a Mariano. ¡La sangría de votantes que sufrirían
cualquiera de los dos!
Es cierto que han sido los más
votados. Los ladrones, los corruptos, la mafia del PP. Pero 28 millones de
ciudadanos y de ciudadanas les hemos dado la espalda. Cada cual con sus
criterios. Todos respetables. Pero 28 millones de 36, son unos cuantos
millones. Lo que hagan los dirigentes (especialmente del PSOE y de C’s) es otra
cuestión. Otro debate. Lo que está claro es que el Partido Popular tiene la
oposición del 78% de los españoles y las españolas. Y que dentro del 22% de sus
votantes, no todos votaron con criterio y con conocimiento de causa. El resto
lo hizo el sistema y la ley electoral, que es lo que hemos de cambiar en cuanto
sea posible, pues claramente no representa el verdadero sentir de la ciudadanía
y eso no puede llamarse democracia.
Ahora toca reflexionar y buscar
el modo de cambiar esta ley electoral tan injusta. Lo tienen todo blindado y
bien blindado, pero cada vez somos más dentro de esta mayoría silenciosa y silenciada quienes sabemos de sus artimañas, y
junt@s seremos capaces de encontrar los puntos débiles de sus fortines. Somos
individuos iguales ante la ley, se supone. No es justo que muchos votos se
vayan a la basura sistemáticamente, según se meten en la urna. Hay que hacer
una ley más justa y sobre todo más sencilla, no vaya a ser que el señor más
votado de todos tenga que explicarles a los suyos que es el vecino el que elige
al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde.